Xavier Mas de Xaxàs: “Les guerres ja no es poden guanyar”

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En un article  a la Vanguardia Xavier de Mas afirma que “De vegades crec que Trump, Putin i els altres juguen a la guerra com podrien jugar al golf, banyar-se en un llac glaçat,  per banalitat i postureig d’Instagram”.

 

A continuació i pel seu interès el reproduïm íntegrament:

Donald Trump, Vladímir Putin y Xi Jinping aún juegan a ganar guerras. Son tres presidentes autoritarios que creen en el poder de las armas ofensivas, las convencionales, nucleares y cibernéticas. Lo mismo podemos decir de Kim Jong Un, Bashar el Asad, Recep Tayyip Erdogan, Beniamin Netanyahu, Nicolás Maduro, Rodrigo Duterte, Aung San Suu Kyi, Salva Kiir, Alí Jamenei y Mohamed Bin Salman. Todos ellos participan en guerras que les dan poder pero que no pueden ganar.

La mayoría de estas guerras son las guerras de siempre por el control de un país y un territorio: Siria, Irak, Libia, Somalia, Yemen y Afganistán, por ejemplo. Otras son guerras sin teatros ni ejércitos definidos como las guerras contra las drogas o el terror yihadista. O son guerras que ni siquiera todo el mundo cree que son guerras y se llaman conflictos porque no enfrentan a dos ejércitos sino a un Estado y una insurgencia, a una mayoría y una minoría, a un nacionalismo y otro nacionalismo, a un credo y otro credo.

Hubo un tiempo en que estas guerras se podían ganar, como se ganó la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría, la primera guerra del Golfo o la guerra de los Balcanes. Pero ya no es posible. Ahora, a pesar de lo que nos hacen creer los equipos de propaganda habituales, las guerras se pierden porque nadie es capaz de construir
la paz.

Lo saben muy bien, por ejemplo, los generales estadounidenses en Afganistán, una guerra que se alarga desde hace 16 años y que parece otro Vietnam.

Afganistán explica muy bien por qué las guerras ya solo pueden perderse. Estados Unidos, a pesar de que Trump ha vuelto a aumentar el número de tropas, sólo aspira a evitar la derrota. El enemigo es invisible y numeroso, comandos talibanes o yihadistas que se mueven con facilidad a base de sobornos y ataques suicidas. Pakistán los apoya porque cuando no lo ha hecho el país se le ha llenado de muertos. El 2017 fue el más tranquilo desde el 2005 y aún así murieron más de 500 pakistaníes en atentados terroristas.

A EE.UU. le gustaría que Pakistán arrimara más el hombro y retiene cientos de millones de dólares en ayuda económica y militar mientras no lo haga. Pero no puede ir mucho más allá sin arriesgar la estabilidad de un país que es potencia nuclear. ¿Y si la bomba cae en malas manos? Así que la única alternativa es resistir porque la de retirarse tampoco es viable. ¿Y si el vacío que dejen las tropas americanas lo aprovechan los talibanes para hacerse con el poder y Afganistán vuelve a convertirse en la base del terrorismo yihadista internacional?

Los generales del Pentágono aconsejan a Trump, igual que antes aconsejaron a Obama y Bush, que lo mejor sería buscar una solución política. Pero él es de esos presidentes que no entiende mucho de política pero sí de fuerza.

Andrew Jackson cuelga en el despacho oval. El séptimo presidente de EE.UU., apodado el mata indios, es una inspiración para Trump: honor, igualdad, autosuficiencia y uso de la fuerza.

Trump hizo campaña con la promesa de que “Estados Unidos volvería a ganar guerras”. Como muchos de sus antecesores, cree que el mundo es más seguro con armas americanas y países que compartan sus ideales. Su botón nuclear, como dijo hace unas semanas, es más grande que el de Kim Jong Un.

Trump, sin embargo, no es un belicista. Es un promotor inmobiliario que se mueve por instinto y sabe negociar a la baja. Confía en el poder disuasorio de su ejército y espera en no tener que utilizarlo. Al fin y al cabo, la mejor manera de volver a ganar una guerra es no tener que iniciarla. Nadie puede confiar, sin embargo, en que un día no se enzarce con Kim Jong Un en un enfrentamiento devastador. George Soros lo ha recordado esta semana en Davos. Donald Trump se niega a aceptar que Corea del Norte tiene la bomba atómica y, en lugar de amenazar con una respuesta militar, debería buscar una entente.

Mientras Xi, Putin, Erdogan y Mohamed Bin Salman pueden ir a la guerra sin preguntar a nadie, Trump está obligado a conseguir apoyos políticos y militares porque, aunque no le guste, EE.UU. sigue siendo la primera democracia del mundo.

A su lado, arropando su gestión, hay generales de tres y cuatro estrellas, como Kelly (jefe de gabinete), McMaster (consejero de seguridad) y Mattis (secretario de Defensa). Ellos tres y Dunford (jefe del Estado Mayor) han pisado los campos de batalla posteriores al 11-S. Irak ha sido su universidad.

No sé si es bueno o malo. La Casa Blanca de Trump se parece a una academia militar, mientras que la de Obama se parecía a un despacho de abogados progres.

Obama no resolvió las guerras que heredó de Bush o en las que se metió solo: Irak, Siria, Libia y Afganistán, especialmente. Tampoco solventó el conflicto palestino, el mismo que ahora Trump aspira a arreglar con dinero. Parece convencido de que los dirigentes palestinos, que han prosperado en un mar de corrupción, venderán Jerusalén por unos millones de dólares. Comprar al enemigo es otra manera de evitar una guerra, aunque en este caso no servirá de nada: ¿cómo se puede comprar a un pueblo que no tiene nada que perder?

A veces creo que Trump, Putin y los demás juegan a la guerra como podrían jugar al golf o bañarse en un lago helado, para banalidad y postureo de Instagram. Los imagino viendo películas de John Wayne, Harry el Sucio y Terminator, buscando ideas para ganar las guerras que ya no se pueden ganar. Me dan un poco de miedo.

La Vanguardia 27-1-2018